Al galope

La sangre seca de la entrada anuncia que a alguien se le escapó la vida como a quien lo atropella un tren: de golpe. Así te combate la vida, un gancho certero al mentón y tus neuronas van de cabeza al suelo. No hay tregua ni ningún árbitro contará hasta diez.

La vida puede ser muy hija de puta, como un caballo salvaje no se postra hacia ningún vaquero apuesto que quiera montarla. Te confía, se relame y te tira de bruces para acabar dándote una coz. Nadie aprende a montarla sin caer una y otra vez al barro, no hay quien no tenga cicatrices y diga que ha vivido realmente.

Y se que a veces, no tenemos ganas de jugar a vaqueros, ni tenemos ganas de aprender a domar caballos. Simplemente pedimos algo que no llega, como si fuese un estúpido paquete de Amazon o la lluvia de septiembre.

Qué ingenuos somos a veces, cuando no entendemos, que en la sangre seca, en el barro y en aquellas cicatrices está lo que buscamos. Justo detrás de eso. Pero, ¿quien acaso entiende de caballos?

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