Las caricias de una noche más valen por tres primaveras, el trago de vino con unos buenos amigos bien valen más que por una bodega completa…no nos llamen locos repetían unos pocos en cualquier rincón del mundo.
Aquellos que dejaron crecer su barba o su pelo en señal de rebeldía, los que pararon el viento al silbar una melodía canalla, los que rompieron el silencio con el piropo hacia aquella chica bonita, los que subían cantando por la escalera y su reloj fué siempre medido por el calor de los rayos del sol, la calle como compañera, los juegos de niño como batallas y el ron como diversión nocturna.
El cálido roce de la taza de café en la mañana, la brisa de Agosto que levanta la falda a la camarera de la esquina, el pisar fuerte los adoquines de tu acera, el pregón del pescado en el mercado, mojarse accidentalmente las chanclas en cualquier charco, o el click fugaz de algún extranjero hacia un callejón hinóspito del lugar…
Un paseo por miles de sonidos y de sensaciones, momentos que hacen dar vida a algunos, momentos desapercibidos para otros, quizás no haya dinero en sus bolsillos, pero tampoco papeles de nóminas absurdas ni apretones de manos protocolarios, quizá sus viejos teléfonos suenen para un «te quiero» en la mañana, un «buenas noches» de abrigo, pero no para un pedido extraviado ni un albarán equivocado.
Si las cuentas no cuadran no regarán flores de plástico, reirán y buscarán el calor del tibio sol de invierno, charlarán con las musas mientras un amigo le rellena su copa, callarán su boca y hablarán con el corazón a cualquier amigo que tenga un problema, besarán en aquel instante cual si fuese el último porque no entienden de grises.
No usan cortinas y su casa está abierta de par en par…dicen entre bambalinas que son niños atrapados en corazones de hombres, gente que ya no queda, que no comprenden cómo dejan de sonreír, y quizá sea esa tremenda locura la que los lleve a hacer esas cosas inusuales…no nos llamen locos, simplemente la equivalencia de nuestra felicidad es diferente a la suya.