La inspiración a veces abandona la vida del escritor, se sienta en la barra de cualquier bar, se pide una copa y se fuma un cigarro, mientras nos quedamos de bruces ante la máquina de escribir y un folio en blanco.
Una situación tan cotidiana como tediosa, nada parece gustarnos y cada borrador se convierte en una simple bola de papel que acaba por forma sistemática en la papelera, momento tras momento, noche tras noche. A veces ni una botella de whisky resulta como desatascador, te sientes como un náufrago en mitad de una isla desierta y sin avisos de que nadie venga a rescatarte.
Pero es en aquel momento en el que renace ella, la voz angelical, el fino roce de sus cabellos en tu espalda hace cómo si un desfibrilador sacudiera tu corazón de una centellada, lo reconoces, y reconoces todo lo que viene con ella. Una montaña rusa de arcoiris en besos canallas, noches de copas rozando la punta de sus dedos y deseando comeros con la mirada, un morder de labios que se le escapa, un contoneo sublime cuando te susurra «voy al servicio» y la ves alejando su figura…
Es en aquel instante, donde los cisnes se postran a los pies de la cama, donde el clavijero de la guitarra se afina en la nota más suave, en el que tú reloj se para por completo, el movimiento de traslación y rotación ahí fuera parece ser lo de menos, el mundo ha dejado de girar, has dejado de distinguir cuando empieza la madrugada y cuando el día a su lado, sabes que es ella, y lo demás no te importa en absoluto.
Aquella laberíntica vida es la que me mantiene vivo, me mantiene despierto, me mantiene con ilusión, es mi sístole, mi otra mitad, mi verdadero yo sale a relucir a su lado, ella lo sabe, y no le importará brindarme una de esas noches antológicas como de costumbre, sé en el fondo de mí que esto no será eterno, sé en el fondo de mí, que es como enamorarse de una sirena, pero simplemente mirándole a los ojos de la misma forma en la que ella me mira no necesito nada más…
Y así, en otra de esas madrugadas eternas, locas, canallas y bohemias me vuelve a visitar su presencia, y con un mordisco en el labio se despide de mí en mitad de la nada, habiéndome dejado el corazón al límite, y miles de millones de palabras escritas en los folios de mi maquina de escribir, completando así un nuevo libro.
Las musas, aquella conexión mágica entre nuestro cerebro y lo más profundo de nuestro corazón. Gracias.