Cuentan que estaba aquel poeta de alma distraida, sentado con su barba de muchos días y muchas borracheras, su pelo alborotado como su sangre caliente que mana revolución por los cuatros costados de las costuras de su piel, y que llamó a sus amigos Luis, Joaquín y a su tal admirado Antonio.
Cuentan que hayá por aquella madrugada de Febrero sin mediar palabra plasmó su pluma en canto de cisnes, y fué repartiendo a cada uno una lección de moral sublime incluso a su mejor maestro, porque el bien sabía que no todo era escribir a los muertos para ganarse el aplauso fácil, porque el bien sabía que las letras vacías no llegaba realmente a ese pueblo inquieto de revolución, a esa juventud de 20 años que solo piensa en botellones y a aquellos ignorantes que no ven más allá de La Caleta.
Cuentan que aquella madrugada simplemente con las voces de cisnes de sus amigos les dijo a todos que eso era una pluma, que no le importaban las pestes que echaran por su boca los cuatro juntaletras al día siguiente, aquella noche les dijo que otro día les hablaría del compromiso pero seguramente aquella noche aprendió más de uno que era una pluma, y como se usaba.