Con arena en las venas

tinieblas

Cuentan los del querer que algún día de primavera ascendieron del averno cuantísimas almas maléficas y se le dieron la belleza más pura y la cara más angelical, se les dió al igual que un signo zodiacal la doble cara y con la misión de convertir la sangre de los mortales en arena.

Así, fueron saciando a los tristes corazones en pena que buscaban el amor y encontraron la luz ténue en el camino, la posada perfecta, que no sería más que un club de carretera más, allá donde habitaba el pecado y el diablo, la mujer más perfecta y el dolor más intenso.

Contaban que una ristra de corazones colgaban de sus cuellos, aquellos a los que sus dentelladas les marcaron de por siempre y navegaron a la deriva hasta no saber quienes eran…ni quienes fueron. Aquella era una caravana de sangre y dolor, aquellas que valieron más que una botella de whisky y cien mil resacas…aquellas terribles que podían ser putas y benditas en cualquier noche y contonearse al son de cualquier humo, de cualquier infeliz…

Con el libertinaje por bandera iban matando de pena a tantísimos poetas, a tantísimos trovadores, a cualquier ciudadano de a pie…viejos, jóvenes…no había razón para excluir, su dolor entraba profundo como los rayos del sol y hacía que no olvidásemos sus nombres, que cada detalle nos recuerden a los primeros besos…a que cuando encontremos otros besos no sepan aún a mierda, por las tantísimas mentiras que sufrimos.

Quizás para un alma libre y alguien desgastada de andar por el suelo no haya cabida en la mesa, puede que todo el amor sean ligeros fogonazos como en una tormenta eléctrica, intensos, pero no suficientes, pero no verdaderos…y pese a haberse alimentado de ello sabía que iba siendo hora de trazar líneas en el suelo, paralelas a las trayectorias de sus órbitas y escupir en el suelo.

Cuentan que en nuestro siglo las tinieblas se hicieron más grandes, y que tantísimas malas mujeres se alzaron en las colinas de los hombres, hincaron bien fuerte su bandera hundiéndole el pecho al respirar, como un pinchazo errante, y allí clavaron el estandarte donde se aseguraba que mientras ellas existiesen, el amor no existiría.

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