Dejar un legado

El olor a pólvora ya se atisba por el rellano de la escalera mientras apuro a escribir estos versos, como si el papel fuera a prenderse justo después de escribirlo, como si aquella vorágine estuviese dispuesta a tragárselo todo.

Podría ser el olvido, que viene a besarme los pies y a enterrar por siempre mis huellas, o peor aún, también podría ser la muerte, aquella que ronda demasiado cerca a mis seres queridos y compañeros de vida.

No temo a la muerte, pero si temo que el viento no tenga nada que arrastrar tras mi actuación sobre el escenario de la vida, si temo no dejar nada, a modo de testamento, a modo de legado para el siguiente que venga.

Podrían contarse anécdotas e historias de como fui, de como viví la vida, pero quizás luego no quede nadie para oírlas, o queden sobre el borde de un vaso de cualquier bar, a modo de olvido, a modo de silencio…

Cuando me pregunto porqué muere la gente joven, con toda una vida por delante, en ocasiones pienso en el legado. En que tenemos la obligación de dejar constancia de nuestra existencia de la forma más bonita y certera que sepamos, que somos estrellas, algunas fugaces y otras estrellas polares, que tenemos la obligación de ser el faro y el guía a otras personas, a otras generaciones.

Y debemos darlo con el talento, con el corazón, y tengo claro que aquello marcará la intensidad del surco en la tierra.

En el momento que entendí la importancia de dejar un legado entendí todo, como si aquellas piezas que parecían inertes en tu cabeza comenzasen a recomponerse. Era eso lo que andaba buscando en mis horas de soledad, en mis horas mirando al mar, en mis paseos nocturnos buscando explicaciones a tantísimas preguntas.

El olor a sangre es demasiado desagradable en otros caminos, el odio golpea con más fuerza mientras el folio en blanco aguarda sobre la mesa deseando que cuente otra aventura más, que escriba un libro, que aprenda a hablar más idiomas, que diga más veces te quiero, que emprenda todos los proyectos que pueda, que me gaste todo el dinero en viajes, que te abrace porque sí, que diga más sí y menos no…

Y que de una puñetera vez deje encendidas las luces del bar, y te cuente mis memorias…mi pequeño legado.

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