Destino terminal

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El café hirviendo entre su pecho era lo único caliente que su cuerpo recibía desde que ella hizo las maletas de sus vidas. No hubo llamadas ni notas de aviso, zarpó lejana hasta que su intuición dijo basta y allí permaneció, rehaciendo su nueva vida mientras él intentaba recomponer un puzzle de respuestas inconexo.

La vida se le deslizaba como arena entre los dedos y parecía no tener fin aquel vacío, los días tornaron en noches y el bar cada vez abría más temprano para su metabolismo inerte. Sonrisa y felicidad también marcharon con ella en busca de otros cantos de sirena, en busca de aquello que ella malinterpretaba como amor, quizás sólo fuera una nueva cara, un nuevo cuerpo y una cartera más llena.

Un nuevo revés, en el último minuto y con los pantalones bajados, el destino no tuvo ni la más mínima piedad con él ni con su alma, hablar de merecimiento hubiese sido demasiado cruel hasta para las páginas de su tormentosa vida amorosa, en la nevera no quedaban siquiera las raspas de pescado de las sobras de cualquier noche en la que imaginaron tantos sueños. Debía de resetear desde cero y no podía ni debía esperar más, cada minuto que lo embargara la melancolía sería un día más de intentar olvidarla, había que darse prisa.

Llenó una maleta de mano, nada en especial y plantó su semblante y su torpe alma rota en trizas en aquel aeropuerto. Subió a aquel avión y no volvió a esa ciudad jamás. En su última basura del piso estaba el puzzle inconexo de respuestas, no viajó para buscarla, viajó para encontrarse… Con él, con su vida futura y con la felicidad. Jamás supimos más de él, sólo que le dedicó la primera de sus sonrisas a la azafata de la puerta de embarque, la sonrisa de su nueva vida.

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