Su cara envejecida reflejaba todo el salitre que había consumido su cuerpo entre olas del Atlántico, toda su bravura se reflejaba en unas cuantas cicatrices por su piel, y en un corazón que no le gustaba enseñar tan a menudo…
Porque los amores son tan inoportunos como la tempestad que nubla nuestros horizontes y los vuelve grises, la brújula nos dá mil vueltas y las náuseas recorren nuestro cuerpo una y otra vez, tan inesperadamente, tan profundamente…porque en el amor hasta el más bravo capitán puede hundirse con su navío solo, con una tripulación llamada soledad entre tibios rayos de cualquier punto cardinal…apenas importa, y allí como buenos capitanes preferimos yacer solos sin compañía, contemplando nuestro desastre, y con los tobillos húmedos mil y un recuerdos de los primeros días, de quizás cuando aún las sonrisas fueron sinceras…
Navegantes somos, entre tiburones y oleajes, entre débiles mástiles y ténues velas esperando que se rompa el navío…así nos encontramos a veces, y pese a todo decidimos no abandonar, porque somos marineros, y nos ahogamos en la tierra…porque no sabemos hacer otra cosa que querer con el ahínco más tremendo, ayer, hoy…siempre.