Un árido torrente de mujeres pasaron por su vida, alrededor de aquel continente en el cual los océanos eran más inmensos que los horizontes y venían simplemente a acariciar su espuma en las orillas, tantísimas sensaciones se habían estado agolpando noche tras noche, día tras día, como una pasarela constante de reflejos, actos y vivencias mientras que el, como siempre ajeno a todo se dedicaba únicamente a vivir o incluso a autoburlarse en tercera persona…casualidad.
Y se encontró mil veces intentando reconstruír todo lo que se estaba desmoronando, pero también se dió cuenta de que por jodida que fuere la vida todo ocurría por una razón, todo tenía una lección, un guiño puñetero que era capaz de estar dando al corazón el más infame de los venenos, alimentándolo día tras días, mientras nuestras venas intentan dosificar a base de tiempo, a base de olvidar, o no pensar…para que duela menos y reír…porque siempre fué así, llevaba la risa como compañera de viaje para por si hiciera falta utilizarla hasta en el más recóndito de los lugares donde se hayase, porque a veces lo más tremendo es provocar una sonrisa tal y como eres.
Y no se cansó jamás de tantos corazones, solo deseó en el arcoiris donde tenía su escritorio seguir lanzando sus palabras, hasta lo más recóndito del alma, porque para él, el compromiso era igual que la lluvia, se anhelaba tanto, y molestaba tan seguido…
Las malas lenguas decían que prefería tener su teléfono desconectado…siempre quedarán los bares.