El arquitecto

el arquitecto

Eran las 5 de la madrugada, el reloj del despertador continuaba eficazmente su trabajo haciéndole saber que no se detendría por muchísimo sueño que el tuviera, no iba tener compasión si aquella noche lo habían desvelado sus preocupaciones, cumpliría religiosamente con su cometido y cada tic-tac era una osadía a su propietario, una lucha en el que sabía que siempre saldría vencedor, a no ser que cómo su antecesor quedase estrellado contra la pared.

Un sudor frío recorría su cuerpo mientras soñaba con ella, hacía tiempo que tenía que acostumbrarse a los sudores fríos, aquellos que le recordaban que ya no serían calientes, el otro lado de la cama continuaba helado, gélido como un viaje sin un beso, como un te quiero en una autopista. Apenas recuerda ya el momento en el que se marchó, ni realmente porqué se aburrió de montar a hombros en su aventura, no entendía porqué el camino que tanto luchó por ofrecerle a ella le era insuficiente, o quizás no valoró jamás lo que él le dió, en cuyo caso ella no estaba ahí para él, y eso no tenía remedio alguno.

Sí recuerda, con amarga tristeza que en aquel instante se le desmoronaron todas las ilusiones de golpe, un mazo enorme reventó los cristales de su vida tan frágiles como aquel débil corazón maltratado de muchísimas heridas. Un golpe certero, directo a donde más dolía y allí, desde el suelo dubitativo ese día pensó que solamente tenía dos opciones. Morir lamentándose de las ocasiones perdidas, o pensar que quizás aquello era lo mejor que podía haberle pasado, que quizás aquello era un momento de impulso, para cambiarlo todo, no por despecho, sino por él.

Comenzó a entender que una cosa era compartir su vida con alguien, y otra que alguien se apoderase de su vida, ignoraba cuantas vidas más habrá ahí fuera, pero con seguridad sabe que tenía ésta, y que no quería malgastarla más. Entendió que quererse a sí mismo es el principal motor para poder querer a alguien de la forma adecuada, no volvió a avergonzarse más por sus fracasos, sino aprendió de los errores para mejorarlos, y que le sirvieran de experiencia, para ser mejor persona, para ser el mejor arquitecto de su vida.

Y a partir de ahí trazó un plan, camino a conocerse a sí mismo, camino a la felicidad, camino a rellenar su vida de experiencias que realmente le llenaran, planeó su punto de fuga y escapó de los fantasmas del pasado para nunca jamás volver, para sentir la alegría de no volver a pisar aquellos caminos, para sentir que día tras días era un día menos y no un día más.

Y allí, a las 5 de la madrugada de aquel día, ese sudor frío se convirtió en un sudor intenso, caliente, por el que brotaban de los poros de su piel el ahínco jamás conocido, aquel con el que ese día las manecillas de aquel despertador se pararon, en señal de respeto porque sabía que aquella mañana, cuando él pusiera el primer pié en el suelo sería una persona nueva, una persona que no necesitará despertador, porque sus ilusiones lo harán levantarse día tras día con una energía jamás vista en el hombre.

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