Aquel cadilac rosa era la envidia de todo el vecindario, su aire rebelde y su estilo ochentero reflejaba aquel aspecto vividor y canalla, apuraba los tragos de whisky como si el demonio corriese detrás suyo tras cada sorbo, siempre subía las escaleras tarareando una vieja canción de Bob Dylan, y ahí se tumbaba en aquella estrecha cama a pensar y pensar…
Imaginaba mil y un lugares, que recorría con su cadilac, se sentía el rey de la fiesta en aquellos garitos de carretera, volvía a sentir como el demonio le perseguía tras salir de uno y otro burdel, pensaba que aquellas mujeres le iban robando el alma en cada revolcón, en cada beso comprado…y no se arrepentía de esa vida.
Como si de unos eternos carnavales libertinos se tratasen, no obedecía más que a sus piernas, ya que su conciencia le pidió el divorcio hace ya muchísimo tiempo y no tenía intención de encender el móvil…
Así era, como una canción de rock, ruda, rígida…pero llena de interminables curvas que lo llevaban constantemente al vértigo, al limbo de la libertad, donde suene su música, la música de su vida.
«Me contaron que bajo el asfalto
existe un mundo distinto
con gente que nunca vio el sol
y no conoce los ruidos…»