Cántale a la vida le dijo una vez un viejo bohemio en la taberna de un café, allí donde acababa el callejón y solo llegaban los gatos para maullarle a la luna en las noches de primavera, así fué como aquel chico de ojos tristes y barba de tres días colgó su guitarra como si fuera un fusil a su espalda y caminó con ella por el alambre de la vida…
Regó de vino su garganta caliente de penas y desencantos y desgarró sus cuerdas de verdades y de mentiras piadosas cuando llegaba la madrugada, la noche…donde cada persona podía imaginar ser quien quisiese ser por algunos instantes, o incluso por cada noche de sus noches y volver a su rutina cuando saliese el sol.
Una vieja silla de madera le acompañaba en aquellos destellos, cuando el arte se desplegaba por todos y cada uno de los bares donde dejó su voz desinteresadamente, porque aprietaba los dientes y se sentía feliz, porque imaginaba el rozar la hierba con sus dedos a cada toque de prima y bordón, porque se sentía libre cada vez que hacía lo que estaba predestinado a hacer…allí en aquel callejón, donde los bohemios saben más de la vida que la vida misma, donde los gatos son más canallas.