Las costuras de su piel se volvían cada vez más negras, como una profunda y densa nicotina que invadía todos sus extremos y costados de su infinita vida, conocía el amor a ráfagas y dormía soñando que los pocos ángeles que le apreciaban le acurrucaran y le mostraran un futuro más claro y limpio al día siguiente, y así pasaban los años.
Aquellas heridas de sus manos sanarían, aunque durante un tiempo estarían ahí, inmortales mostrándole los errores del pasado, pero tocaba mirar hacia el frente, porque cuando una puerta se cierra una ventana se abre. Dudaba si su destino estaba fuera de aquellas murallas, quizás lo deseaba, lo anhelaba porque siempre se sintió un paria, sin destino ni frontera, solo él y sus ideales y con el más profundo sentimiento de victoria como si fueran tambores de guerra.
Tocaba navegar o caminar sin rumbo fijo, pero como siempre, todas las ilusiones del mundo.