El estandarte

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Agárrate a mi mano bien fuerte y no me sueltes, le susurró a Evelyn. Con su mirada fija y altiva mantenía una firmeza impasible ante los problemas que llegaban, sabía que todo tendría solución y bastó aquel apretón de manos para demostrárselo de un golpe.

Podía confiar en él, jamás le había visto llorar ni en los momentos más difíciles, su estampa era un escudo en el que refugiarse ante las tempestades, su figura infundaba respeto y admiración por ella e incluso por sus enemigos, ella siempre decía que si el coraje tenía forma, él sería el estandarte perfecto.

No se arrugaba ante nada, porque tenía un sexto sentido, un visionario que tenía el don de ver más allá de lo que tocaba, y podía dar y quitar a quien lo mereciera, no era cuestión de venganza, era cuestión de sacrificio, de trabajo y de entrega. Él también apretaba a los demás cuando llegaba la ocasión, para que no se relajasen, para que no se vieran inmersos en la comodidad, necesitaba que se sintieran en un constante ‘con el cuchillo entre los dientes’, pero a la vez supieran que tras cada gota de sacrificio, tras cada gota de sudor llegaría la gran recompensa.

Con esas historias, Evelyn fascinaba día tras día a sus alumnos, les mostraba la grandeza de aquel visionario, y siguiendo sus palabras, siguiendo aquella fé tan rotunda instaba a los suyos a sacrificarse por lo que quieren, por lo que les hace felices y por lo que ellos sientan que es el motor que bombea su sístole y su diástole. ‘Porque embrujados por aquella maravilla, por aquella rabia bendita de saber cambiar de rumbo cuando toca y saber pelear en cada una de las canchas de la vida es cuando somos realmente mágicos, realmente nos mostramos  cómo queremos, dejamos de ser aves de paso para resurgir cual fénix de sus cenizas, una y otra vez, para fracaso de nuestros detractores, porque ellos también tienen su parte de culpa, porque ellos también nos quisieron empujar hacia el abismo, hacia el lado contrario de nuestros sueños, pero en esa lucha, en ese poder a poder, y en esa conquista de nuestras metas, en esa batalla ganada a ellos es cuando nos engrandecemos aún más y podemos conseguir cosas que pensábamos que eran inimaginables’ concluía Evelyn.

El timbre sonó, pero antes de que todos los alumnos empezaran a recoger, una mano se alzó al fondo de la clase, aquel chico tímido de gafas preguntó a Evelyn que cual era el nombre de aquel hombre, y que si podría alguna vez conocerlo…

Evelyn sonrió, y contestó: ‘Ya le conoces, su nombre es destino, y por su maravillosa culpa si te lo propones conseguirás ser quien mereces en el momento que menos te lo esperes’.

Aquel día en la escuela, no fué un día cualquiera…

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