Apenas sería capaz de reconocer si algún segundo del tictac de aquel reloj pensó en mi, si la lluvia que caló mi corazón hoy duerme marchita en un rincón de mi almohada, no se cuantos cisnes dejaron llevar su desidia dulce por el lago mientras cerraban sus ojos y abrían su pico al sol del mediodía.
Nueve de cada diez veces tuve que tragarme la pólvora por no herirte de muerte mientras vomitaba mentiras en el salón, corrí deprisa pero no alcancé ninguna nube blanca, los lobos continuaron mi reguero de sangre hasta el alba, no me mordieron, me dedicaron el aullido más triste que jamás oí para dejarme sesgado y vacío. Vacío para que me olvidara de las noches tristes y de la desidia de los cisnes, para que afilara mi lápiz con el áspero acero de la verja de tu casa y con él poderte escribir estos versos que nunca leerás.