Cuentan que en un tiempo no muy lejano existió aquel canalla, aquel hombre por el que todas y cada una de las tantísimas mujeres hubieran deseado alguna vez, y demasiadas noches…
Aquel, con su tez oscura del sol, su barba de tres días y un toque de cada colonia de media noche pregnaban su cuerpo de un olor clásico, a la vez que elegante…cuentan que se acostaba con el sol, y se levantaba con la luna, con una ristra de besos en su haber, y el aún húmedo carmín de labios en los cuellos de su camisa.
Era un hombre que quizás pecaba de explícito, pero jamás de grosero, no se escondía ni mentía para cumplir sus propósitos, y era eso lo que les atraía a ellas, era capaz de hacerlas sentir las reinas del universo por una noche, pero al alba todo quedaba en las intenciones de verse otra vez, y se esfumaba como el humo ante un ventilador.
Era aquel bohemio al que se le amaba con precaución pero con encanto, porque en sus venas había una indudable ecuación matemática que lo hacía irresistible, era un hombre que jamás cambió sus conductas y sus costumbres por ninguna de ellas, aquel mujeriego que se enamoraba sincera y fugazmente de cada una de las mujeres con las que yacía, aquel que dejaba cada 14 de febrero un triste y bello recuerdo a la vez.
No tenía más compañera que la luna, eterna viajera, entendió siempre su forma de ser como una forma de vida, no conocía más haya del compromiso, pues era feliz, y cuando se es feliz pensaba que era mejor no tocar lo que iba bien.
Un pequeño rebelde, un travieso de los que tantísimas mujeres temen y añoran, aquellas que se enamoran sabiendo que no creen en príncipes azules porque su egoísmo destiñe y mancha sus maltrechos corazones.
De porqué simpre los canallas pierden menos…quizás porque los canallas dejen huellas…nunca cicatrices.