El único (último) tango

Eran las 4 de la tarde, Lusail se preparaba para un choque que iba más allá de una Copa del Mundo.

Se hacía raro no andar con chanclas y helados, con el olor del salitre todavía en la piel como aquel 2014 en la playa del Palmar, cuando Maracaná le daba a Mario Götze un premio tan mayúsculo y efímero al mismo tiempo.

En Qatar no jugaban únicamente Argentina y Francia, era la misma vida parándose durante más de 90 minutos sobre nuestras pantallas. Francia, con Mbappé a la cabeza como el futuro rey de la siguiente década, el inequívoco paso del tiempo, el paso al costado, el tren que nos recuerda que no esperará a ningún viajero… el que cumplirá religiosamente su horario.

En el otro flanco, Argentina escenificaba quizás la última estirpe de un fútbol que cada vez parece más extinto. Aquel que ya danza a trompicones, acorrala a los regateadores y obliga al pulmón y el rigor pizarrístico a ser las únicas excusas venideras.

Y de repente vi una preciosa metáfora en mitad de un partido de fútbol. Leo Messi tenía que ponerse quizás por última vez la albiceleste y el brazalete para liderar a un grupo que creía ciegamente en ese salto sin red, la última bala en la recámara, el último aliento desesperado…el último tango.

Messi escenificaba la nostalgia en su máximo esplendor, el todo o nada frente al implacable tiempo que amenaza con devorar y dejar marchito todo a su paso, que parece querer obligarnos a borrar todo el camino que costó aquel esfuerzo… era una batalla entre el hoy y el mañana.

Y allí te ví, Leo. Con mirada segura, con el rostro serio y confiante del que debe matar un dragón, del que necesita quitarse y abrazar la sombra del Diego a la vez. Allí, vi esa mirada de los grandes, de los titanes de las grandes noches. Atrás quedaron esas noches de furia loca en Barcelona danzando al son que únicamente tu mandabas y aunque no sea lo mismo, las brasas siguen ardiendo en aquellas piernas de potrero.

Leo danzó el último tango sobre el estadio de Lusail. Sabiéndose que aquella figura permanecerá mayúscula en el corazón de Argentina, que cada danza volátil de sus pies hizo más grande la leyenda de aquella nostalgia que hoy recorría nuestro cuerpo y parecía decirle al tiempo. ‘Pará y escucha, bobo’… escucha el corazón caliente de mi pueblo andino, el coraje de los gauchos y la pasión desmedida de mi gente.

Mañana, el tiempo seguirá marchitando nuestros recuerdos, nuestros rincones y se llevará a nuestros seres queridos…pero hoy, permítanme seguir bailando en la nostalgia, seguir paladeando aquel tremendo último tango.

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