Son tiempos difíciles, decía Bob, mientras apuraba su última copa de whisky doble en aquel viejo bar de madera, no le importaba apenas el frío de la vieja Irlanda, pese a ser de California, era su día de suerte y Sant Patrick’s le otorgaba una ronda más de regalo, o quizás un boleto de ingreso en el hospital más cercano.
El era un tipo extraño, de constitución fuerte que jamás se le había visto derramar una lágrima, los del lugar lo atenuaban a su no implicación en las costumbres norteñas y su gente, pero lejos de todo aquello, aquel hombre se dice un día que confesó que no bebía para olvidar, sino para recordar.
Que sólamente así era capaz de entrar en aquel limbo de éxtasis que le producía aquella bebida, y recordar todos los momentos dulces de su vida, eran momentos lindos, en los que se abrazaba a los recuerdos fielmente una y otra vez, con la misma firmeza que lo hacía a ese vaso, era un hombre que vivía anclado en los recuerdos y presos de ellos, por eso iba a aquel bar, a volver a recordar noche tras noche, hasta que las luces de neón se apagaban y el camarero le invitaba a abandonar el local…y a apagar sus recuerdos.
Apenas sí recordaba su presente, pero su mente le hacía recordar cada noche fielmente cada retrato, cada beso de su familia, cada caricia, cada rincón y conversaciones dichas, cada error, cada acierto, cada sonrisa cómplice…no sentía melancolía ante aquello, sólamente un profundo alivio, una profunda sensación de paz, de armonía, mientras no importaba que vieja canción sonaba en aquel tocadiscos de fondo.
En los bares norteños apenas había complicidad, él allí era una mera sombra, como un triste decorado que ya nadie siquiera miraba, permanecía ahí, inmóvil, rozando con sus dedos su paraíso, rozando con sus dedos el borde de aquel vaso ancho…
Suspiró una vez más, y en ese ahínco perverso se le fué con él todos aquellos sueños al suelo, junto a su silla alta de madera, junto a su cuerpo, los cristales y la sangre…aquella vieja canción continuaba sonando de fondo, como si nada hubiese pasado, mientras a aquel hombre de California se le rompió la vida al igual que su más preciado analgésico, tan frágil como aquel vídrio.