Tal vez aquella sensación de reto le gustaba, había algo de alegría en que su sangre corriese más aprisa y es por ello que cuando caminaba buscaba cualquier mirada de mujer bonita, clavaba su mirada en aquellos ojos y disfrutaba viendo cuanto tiempo era capaz de aguantar la mirada, y a veces casi inconscientemente era él, el que la bajaba detenía sus pasos y miraba hacia los pasos atrás de aquellos andares…y sonreía.
Aquellos zarpazos de adrenalina le hacían sentir más vivo, y precisamente eso era lo que necesitaba, siempre decidió buscar la sonrisa en cualquier mal momento, pues sería como el agua que calma cualquier sed, un balsámico paréntesis entre su mundo y la realidad, no era fácil conseguir una sonrisa sincera en tiempos malos, pero lo intentaba, e inconscientemente los de su alrededor sonreían…y eso le bastaba.
Eran detalles insignificantes los que más valoraba, prefería una llamada desinteresada de un amigo, a un te quiero, porque llegó un momento en el que vió, que los te quieros se decían con los ojos, y no con la boca, que un te quiero…el más tremendo de todos sale de quien menos te imaginas, o cuando tu gente te miran en aquellos momentos tristes, no te dicen nada, simplemente están ahí, simplemente sonríen…no les hace falta saber ni la mitad para saber que las cosas no andan bien, y es ahí donde hay que arrimar el hombro…mutuamente.
Simples gestos, que lo hacían volar más libre entre tantísimo veneno, entre la envidia de tantísimos que desearon tumbarle en los momentos buenos, que desearon darle el golpe final en los momentos malos, porque vió tantísima envidia, tantísimos celos, tantísimos ‘yo’ en primera persona, con ellas mismas, con la miseria de sus corazones vacíos, de sus manos frías y entrepierna caliente, de tantísimo que se contoneó entre el humo entre sus caderas y se esfumó al día siguiente, a las que se vendieron por un vidrio con un contenido totalmente intrínseco del que no recordarían a la mañana siguiente…
Y sabía que todo aquello era danzar junto a la muerte, tantísimas mujeres pasaron por su regazo, tantísimas prometieron unos te quieros que jamás cumplieron, tantísimas alzaron sus estúpidas voces de cólera cuando simplemente se mostraba como era, cuando quizás hablaba lo que dolía y los que otros callaban o consentían, infinidad de veneno que le hicieron recordar aquellos te quieros sinceros con una mirada en tiempos oscuros, en aquella sensación de adrenalina de probar si quizás sentían lo mismo, de cruzarse por cualquier esquina con la que sepa cubrir con su tremenda alegría a todo su corazón por completo…
Sabía, al fin y al cabo, que había dejado de creer en el amor.