Una de tantos, pensaba mientras apuraba sus últimas dosis de cocaína en la mesa de cristal de su salón, así es como se solía ver, sin más y sin menos, pero lejos de la realidad muchos veían en ella un talento innato, un talento capaz de levantar la piel a cualquiera que lo escuchara cuando hacía lo suyo en el que demostraba día tras día que era la mejor. Un don divino se aventuraban a vaticinar algunos, abocado a la desidia y a la autodestrucción…sin vuelta atrás.
Como una montaña rusa su vida sufría subidas y bajadas, frenéticas, en los ojos de alguien que desde no se sabe cuando empezó a verlo todo muy distinto al resto, entendió que así debía de ser y seguir, y no miró nada más. Quizás nadie la recordara y para los puristas habría muerto una yonki más, pero fué su forma de decir las cosas, la incomodidad de su presencia en el sistema de la sociedad el que también le hacía ganar muchos adeptos, sus palabras, sus ropas, sus extrenticidades, sus hábitos…
Un coqueteo constante con la muerte, una danza fúnebre de la que casi nunca se sale vivo, y esta no íba ser una excepción, resultaba simpático cómo alguien había podido probar las mieles del éxito más rotundo, la vida más maravillosa por la que muchísimos seres humanos hubieran dado tan siquiera por conocer un día se convirtió en su rutina, y a la vez conoció el averno más duro y cruel de la vida, había besado al ángel y al demonio y contaba para vivirlo, en esa especie de limbo, en mitad de ninguna parte.
Un mal ejemplo para la sociedad se había ido una noche cualquiera, abandonó aquella vertiginosa vida para siempre, rompiéndose como un vaso de cristal, punzante, frágil…transparente, y pese a que pensara que era una de tantos, se uniría a una generación de vidas resquebrajadas, a los que el talento y el destino les aguardaban una muerte prematura…como sólamente los que siguen sonando en cualquier vinilo de cualquier bar de Londres saben hacer…de una forma muy especial.