Te quiero, y lo sabes…le susurró de nuevo al oído tras una nueva noche donde los cisnes se postraron a los pies de su cama, donde una sinfonía marina hacía retumbar cada resquicio de esa habitación, y no eran cantos de sirena, sino de amor, la más pura y sincera ráfaga de besos en su piel desgastada de rozarse por el suelo…y posó sus manos vacías sobre aquellas caderas que tantísimas veces se contonearon en las aceras del limbo de su juventud, y susurró, pensando que estando con ella, que quedaría en el paraíso…
Y se sintió tan pequeño que deseaba navegar por las venas de su cuerpo, a toda vela, con rumbo al corazón, pero sabía que no le harían falta brújulas, porque como Roma, todos los caminos llevarían al mismo sitio, a su nombre.
Tantísima belleza postrada en su cama, que hasta la luna celosa quiso iluminar su rostro, para hacer de su rubísima presencia el reflejo del agua más clara…con sus ojos, para emborracharse de tantos tequieros que no cabiesen entre sus sábanas, donde detras de esa persiana, no se atreviese a entrar ni el sol, solo el amor…y el brillo de las amapolas.
Cada día de sus días ese era su sueño, cada día de sus días esa era su ilusión, que hasta se preguntaba si una vez que le besaran las manos, volvería a recoger aquella flor tan roja como su sangre, si quizás eran otros los tiempos o era otra la historia, o si quizás antes de llenar sus bolsillos de promesas, debía de hacerla de sueños, y por eso, con sus manos volvió a bajar la persiana, y espero a la luna y a las amapolas…y siguió soñando…despierto.