Inquilino

Se preguntaba entre el olor de la trinchera si había merecido la pena la guerra contra ellas, si quizás esa forma visceral de querer llorar y sonreír lo iban a volver loco, o lo mismo el whisky de sus últimos tragos supiera más o menos amargo en función de a quién recordase…entre luces, entre espectros.

Y dudaba a veces si merecieron todas aquellas algunas líneas, o si quizás por el contrario fué mejor narrar la sensación de la soledad tras ellas, de patear piedras de madrugada y mirar a la luna que ya se esconde camino a casa, con las manos en los bolsillos, con el corazón de nuevo en su sitio.

Todo aquello le resultaban pequeños instantes de dosis, que conseguían esbozarle una sonrisa momentánea, un pasapalabra de momentos vividos y algo más que guardar aunque sea en el rincón más remoto de sus experiencias vividas, allá donde no duele, allá donde ni siquiera te hace sonreir, sólamente te dá ese latido burlón, esas ganas de avistar más amaneceres y de respirar hondo, tantísimo que olor a salitre entre por la nariz…y no salga, que sea lo único que permanezca de esa noche.

Tantísimos días y muchísimas más noches tardó en darse cuenta que incluso de los momentos melancólicos supo sacarle un esbozo, una radiografía nítida en donde vería todos los latigazos de tantísimos besos, cuantísimas puñaladas al aire que intentaron rozar su piel pero que no pudieron, porque a veces, tras tanta promiscua, tras tantas noches que no lo fueron uno puede ver las piedras que le tiran a dar e incluso hacerse un castillo donde ahora habita, con las raíces de su sangre, entre tantísimos regazos, entre tantísima nada.

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