La llamada del mar

Tenía una pequeña y coqueta casa que siempre daba al mar, se dormía con el ruido de las olas e imaginaba como sería la eternidad en aquel plácido lugar, de túnicas blancas, de siestas interminables y de brisa fresca…y en aquellas tardes imaginaba como sería capitanear aquellos barcos de velas al viento que surcaban alegres por su ventana, como serían aquellos últimos besos de despedida a la familia al partir…cómo les iba a explicar que desde su coqueta ventana le llamaba la mar.

Aquel veneno tan poderoso de sabores salados y fríos le invitaba noche tras noche, día tras día a adentrarse en sus profundidades, a mostrarle todos y cada uno de los rincones de aquel corazón azul, el mismo color del cual se iba tiñiendo su corazón…pero no le importaba, sabía que aquel era su destino y que alguna vez se cumpliría, oyó una y mil veces los cantos dulces de las sirenas sin saber si aquello era un fruto de su locura o era un auténtico reclamo marino, y seguía soñando aquellas tardes con el azul infinito…

Cuentan que un día el muelle quedó solitario, la cuerda no amarraba ya a aquel débil navío de poca eslora y de muchas ilusiones, simplemente se marchó aquella tarde de cualquiera de las que él soñaba para no regresar, quizás para encontrarse con aquella llamada del océano…quizás, porque era eso lo que simplemente tenía que hacer, porque aquella era realmente su verdadero norte en el timón de su vida.

«Yo quisiera volver a la mar,
a mi golfo mi vida, volver a la mar…
Que un marinero en tierra se ahoga enseguida
que un marinero en tierra, no hace nada…»

(El golfo de Cádiz, 2005)

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