La noche de los malditos

Un último tango llamado diablo, aquel demonio que me persigue en estos últimos meses y que intenta enseñarme los caminos prohibidos, el placer y la lujuria más exótica jamás vista. De cuerpos carnales y miradas penetrantes se desliza entre mis sábanas blancas e intenta adueñarse de mis sueños, jugando con mis recuerdos, inventando otros nuevos…

Me recuerdan que yo soy de allí, de donde la sangre fué negra del odio y del destierro, donde no miramos jamás atrás ni nos martirizamos de nuestros actos y acciones, para eso ya están los débiles. Me hablan a la cara porque quizás aún lleve parte de sus marcas clavadas en mi tumba, porque quizás aún conservo quemaduras de aquel infierno donde vine, donde la maldad es el pan de cada noche, donde cada bocado se olvida al día siguiente, donde danzar al compás de una lluvia hacia arriba es el único rito, con sus sacrificios…de carne por supuesto.

Todo sea por acabar consiguiendo el objetivo, el f in siempre justificó nuestros medios, y ahí seguíamos haciendo lo que mejor sabíamos, en la noche…

Malditos, nos llamaban, pero qué importaba, si cada noche aquellas hembras de raza caliente nos volverían a desear inmediatamente de haberla marcado con el dolor de la soledad, la indiferencia…dejando tras nuestra un reguero de sangre con su corazón y un viejo vinilo sonando de fondo en aquella habitación de sábanas revueltas, la más melancólica melodía que escucharon sus oídos, la mas téticra y fúnebre poesía de los que andaban siempre en el limbo.

Libres del bien, esclavos del mal, así éramos en aquellos días tristes, donde no mirábamos a los ojos de nuestras víctimas, donde sólo éramos pecados capitales, el pecado en persona, lo divino y lo humano, pero al fin y al cabo malditos.

Hoy, como mucha de esas noches vuelven a reclamarme los malditos, pero desde hace tiempo supe que era hora de escupir en sus crujifijos torcidos, y decirles que ya me cansé de su poesía melancólica y sus burdos juegos de escopetas, de noches vacías y costados gélidos, que se marcharan, que su fé es efímera, pero la mía es rotunda, porque no hay días, horas ni segundos en los que mi alma quiera limpiar la sangre negra, para volver a verla roja, caliente…como la de mi pueblo, como la de mi amada.

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