La noria

Noria

Siempre gustaba de subir a aquella pequeña noria en la feria de su barrio, con semblante infinito hacia el gigante de acero su vida recorría serpenteante un estruendoso rugir y airoso bajaba al acabar el trayecto como una nueva aventura en su joven camino.

Pasaban los años y eran los cafés de media tarde y los ojos verdes de aquel lugar los que le hacían evaporarse hasta perder consciencia y noción del tiempo. No había nada resaltable en ella a primera vista, pero seguramente él te podría decir un millón de cosas con solamente un suspiro y con eso bastaba y sobraba para entender que la primavera empezaba y acababa con ella.

Su risa se convertía en una pequeña caja de música donde hipnotizado giraba al son de la melodía perdiéndose hasta el infinito, sus caricias hacían crujir su piel como un escalón de madera gastado, le encantaba perder la cuenta de los lunares de su espalda, besarla mientras oía llover era su perdición.

En ese mismo instante, cuando las sábanas calientes rodeaban sus cuerpos desnudos y la lluvia golpeaba frente a las negras farolas que daban su amarillenta claridad a aquella habitación comprendió de golpe a los que tenían dinero, a los negros de corazón y presumiblemente inmunes al dolor y al hambre, allí entendió que no se necesita la codicia y el papel pintado en una cama, que el olor a café en las medias tardes, que los abrazos repentinos por la espalda, que el dormirse rozando su brazo con la punta de sus dedos, el verla soñar, el oír un tequiero como despertador…eso no podría tenerlo aquellos vacíos de alma, los sucios babosos que compran el tiempo del cariño inexistente e inerte, muerto y mustio, aquellos que compran un decorado de habitación y un cuerpo para decirle esposa.

Y entendió que por más norias que pudieran comprar, y por más alto subieran no verían nunca unos ojos verdes…apretándoles el corazón y con esa mirada firme entender toda tu vida.

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