El eco de su voz retumbaba aún incluso en las manecillas de aquel viejo reloj del salón, la risa de los martes había quedado olvidada en cualquier caja que ahora reposa en el trastero, aquel viejo mapa con el que soñaron recorrer el mundo se pudría entre libros polvorientos y la caja de la vida se había extraviado en cualquier mudanza.
Perdió la noción del tiempo y los meses le parecieron días, apenas notó su pelo largo y su barba profunda y cómo en cada madrugada los fantasmas se reunían en el salón junto a él recordándole tiempos mejores mientras su copa de bourbon era su mejor somnífero.
Melancolía, la alegría de estar tristes la califican algunos, la elegancia de echar un ancla enterrándola bien firme y no moverse de puerto mientras el mundo continúa girando opinaba su mejor amigo, romper la brújula y aferrarse al pasado pensando que cualquier tiempo pasado fué mejor es un erróneo concepto. Por eso aquella madrugada, su mejor amigo, rompió con un ladrillo el cristal del salón, despertándolo en mitad de la noche. Él se levantó enfurecido ante el estruendo, y le pidió explicaciones a su amigo.
«El cristal es lo de menos» dijo con voz firme. «Este ladrillo que acaba de entrar por tu ventana ha quebrado tu pasado, por esa raja que ha hecho puedes ver cómo dentro de unas horas entrará la luz por la ventana, una luz distinta, nueva, que jamás habías podido ver antes…porque ahí fuera el mundo sigue girando, y necesita ver que tú aún estás ahí para sus nuevas aventuras, para sus nuevas experiencias».
A veces la vida nos busca de una manera que nosotros desconocemos, simplemente tenemos que alejarnos de las nubes negras y pensar que es lo que podemos aportar para seguir sumando, para seguir vivos…y dejar que los rayos de este nuevo sol se reflejen en nuestra piel, para llenarnos de otras experiencias.