Postrado sobre aquel cristal de la cafetería veía como no cesaba de llover, no sabía porqué, pero le encantaban las tardes lluviosas en aquel viejo café, cuando el frío entraba por debajo de aquella puerta de madera y cristal…viendo como de fondo empezaban a iluminarse los primeros luminosos de los comercios, y el único calor que llegaba a su cuerpo era el del calentar leche en aquella vieja y ruidosa cafetera.
Aquellas tardes de invierno eran el mejor regazo, el pasear sobre las aceras mojadas, e incluso tener la osadía de cuando la lluvia parase, sentarse en aquella terraza aún húmeda, para degustar un Martini con dos hielos, mientras observaba a la gente con paso ligero, no fuese a ser que la lluvia amenazara de nuevo con otro manto de agua, a él poco le importaba aquello, se sentía más vivo que nunca.
Allí permanecía tarde tras tarde, viendo como pasaban sus días de desconexión, viendo como goteaba la lluvia en el cristal de aquel bar, su refugio permanente durante su estancia, había muchas cosas que olvidar, otras tantas que reflexionar, y aunque quizás se lamentara en más de una ocasión que este viaje no lo haya hecho con ella, entendía que era lo mejor, necesitaba encontrarse a sí mismo, buscar en cada gota de lluvia, aquella sensación de volver a sentirse libre, de volver a sentir como el agua le penetraba gélida por los poros, y se evaporaba…al igual que lo hacían sus días en aquella ciudad norteña.
Se llevó tantísimos recuerdos de aquella estancia, que lamentó no haberla traído de vuelta con él en su maleta, o mejor aún entre sus brazos, pero le quedó la linda melancolía, de sonreír cada vez que llovía…