Al sur más al sur del continente, allí donde se acababa descolgando la tierra y comenzaba otro mundo, allí donde la encrucijada terrestre oía fuerte el latido africano pero seguía teniendo aquel encanto de siempre, la última frontera del mundo, allí donde jamás pensó que estarían todos sus sueños, donde nunca pudo imaginar que se acurrucarían sus desvelos, allí donde el horizonte deja de ser abismo y se convierte en lo más inmenso del mundo…donde los dos mundos se guiñan por un faro.
Y se encontraron allí, sublimes como la más alta esfera llameante, jamás imaginó que aquellos destellos de su rubísima presencia eclipsaran por momentos su corazón, un paro cardíaco de ráfagas punzantes aunque no dolorosas traspasaban su piel, el más fino regazo de la primavera entraba por sus poros en forma de las canciones de sirena más bellas entre su océano de él, entre su mar, de ella.
Un par de miradas les bastó para entender la fuerza de aquello, un par de miradas para saber beberse los mares el uno del otro, para entender que en esta desmedida pasión no importaría mares y oceanos para cruzar la franja más sangrante de todas, una que les cruzara el alma y los enamorara en cualquier orilla, en cualquier punto cardinal de este rincón, allí donde habitaban las mariposas blancas.
Y como podría dibujar y esbozar tantísimos cometas a su paso, solo sabía que quería sentir la inmensidad de las estrellas a su lado, quería y anhelaba cada momento sus ojos tan claros como la trasparente y cristalina agua que acariciaba sus orillas, quería volver a fundirse en un regazo y que no acabara jamás, y lo intentaría por todas sus fuerzas, porque bien le confesó la luna aquella noche de desvelo que aquel sería el amor más perseguido, y sólo le quedó luchar…con la fé más rotunda.