Recuerdo lo que era sentarse en este sillón, con la pantalla en blanco y escribir de forma casi automática.
Apenas necesitaba pensar, muy pocas veces tenía ese hilo conductor preparado, era un auténtico salto sin red mientras que la madrugaba avanzaba sin aviso.
Y en aquella nebulosa recreaba muchísimos de mis sentimientos. Podía ser la historia que nunca me atreví a contar, el beso que nunca se dio, la felicidad que anhelaba, la sonrisa que perdí…
Te tuve y te detuve a mi antojo. Como si pudiese controlar el fuego, como si fuese tan osado como para querer parar el tiempo en cualquier instante…no para volver atrás, sino para no continuar hacia delante. Quería seguir en ese limbo hipnótico de mis versos que me proporcionaban esa absurda calidez de un neón.
En aquella nube de escombro, efímera, mágica e incluso poética me vestía con mis mejores galas: el alma al descubierto y el verso a quemarropa.
Abstemio en este bar de poemas, así naufragaba durante varias noches al mes, todos los meses…todos los años.
Y luego pasaron cosas, pasó la vida, atropellando aquella monotonía. A veces para mal, otras para bien. Y en infinidad de veces he pensado en regresar, pero en infinidad de otras creía que mi historia no era los suficientemente buena para contártela.
¿Acaso lo era antes? No lo sé, yo simplemente me sentaba a escribir, a contar, a crear lo que se me pasaba por la cabeza en aquel momento, sin más y sin menos.
No sé si habrá alguien al otro lado, si esta noria gira contra las agujas del reloj o si este bar ya tiene toque de queda. Lo importante es que quería estar aquí, en esta efímera nube de escombro para marcharme en silencio…evaporándome en el aire.