Él rebelde y soñador de murallas y playas en un viejo continente, al sur de lo más azul del paraiso, ella imponente tan bella como las torres y castillos y sublimes al tiempo donde cualquier ráfaga de su destello de sus ojos es más que cualquier tibio sol de primavera al alba…
Él con el mar como madre cuyas olas le iban trayendo el arte más sencillo y humilde para sus letras, para su gente…ella sin orillas donde recibir sus letras, pero con una interminable franja que recorría el corazón de todo un paraíso, una franja tan profunda que incluso se avista desde aquellas otras orillas colindantes, donde los arcoiris se despiertan al son de sus versos de él…de la belleza de ella…
Y que maravilla que la distancia, aquella que nos separa nos ha echo tan grandes ya mantenido nuestra sangre tan roja y caliente, aquella sangre que brota y sabe que a sus viente años hay que comerse el mundo con rebeldías y libertades, que hay que gritar a los 4 vientos que este soy yo, y esta es mi vida…ambos lo sabían y por ello la distancia solo ha echo madurar los ideales, y echarse a la mar para esperar al cálido regazo de la próxima estación, para que juntos anidaran desnudos sus corazones.
Coqueteaban con la dulce vida y danzaban por separado por el elíptico limbo del peligro sabiendo que siempre sería aquel sino de su juventud…sentir los pies frios de la antes cálida arena, saborear el vientre de los entresijos de su cuerpo, agarrarse fuerte de la mano y saber que no habrá temporal que tumbe esa pasión, mirarse a los ojos y caérse una tibia lágrima de saber que ambos están pensando lo mismo, de ser tan libres de gritar al mundo que te quiero, que esta es mi vida y así decidí vivirla…
Esta es mi vida, esta es mi rebeldía…y así debió siempre la juventud, de sonrisas, amistad, lucha, amor y rebeldía…mi juventud.