Papá

Miró al cielo durante un tiempo cuando terminó de acabar aquella canción de Silvio Rodríguez, era como un guiño cómplice, como una maraña de sentimientos fugaces unidos por segundos y después por minutos… parecía como si el tiempo hubiera querido convertirse en tejedor de aquellos hilos que a retales se amontonaban en su cabeza, que salían puros, como lágrimas cristalinas de entre sus mejillas.

Fueron muchos los momentos vividos, toda una vida, toda la que ella conocía. Pero curiosamente, todo se apegotonaba de golpe en aquellas canciones, las que recordaban, las que decían cosas, las que retumbaban entre las paredes de aquella vieja casa…su hogar, su vida.

Con torpeza, deambulaba día si y noche también buscando el eco de su voz, la sonata de aquellas viejas canciones sobre sus labios como la canción de cuna más preciosa de todas, como el canto del cisne, como la nana de todas sus noches.

Su mano firme era la guía, el faro, la luz certera entre tanta oscuridad, entre tanta duda… Un sendero marcado de quien fue un héroe, un ídolo, un espejo en el que mirarse. Aquello llegó con prisa, sin tiempo a despedirse, como un apagón en toda la ciudad, como un fundir de plomos en el centro de su corazón.

Recuerda agarrarse a la vida gracias a él, un salto de fe rotundo porque entre sus ojos siempre estaba la red más firme, la caída menos dura, el camino más fácil…

Hoy de nuevo era martes y se cumplían 12 lunas exactas. Silvio Rodríguez volvía a sonar en aquel viejo vinilo, a retumbar entre aquellas paredes desconchadas de vida. Se quedó mirando junto a la ventana todas y cada una de las estrellas, buscando la suya, buscando la que faltaba hoy junto a ella para que le continuara agarrando la mano…

La canción dejó de sonar en la casa, pero continuaría haciéndolo en lo más profundo de su corazón, a cada instante, a cada duda, a cada caída, a cada recuerdo, a cada beso, a cada latido…

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