Sostuvo su poemario firme bajo aquel banco en esa tarde de otoño y quizás inconscientemente incluso apretase un poco los dientes, y aquel ritual se hacía sagrado y eterno cada tarde, imaginaba como las hojas mustias caían y rozaban su piel en un choque intenso de ráfagas calientes y soberbias, no le importaba incluso ni aquella leve bruma si tuviese que zarpar a cualquier otro continente si fuese por amor, o por devorar otro poema de Pablo Neruda.
Elegante tanto por dentro como por fuera en su aspecto informal, un vividor de caminos prohibidos y otras veces príncipe de los necios en donde reinase la mentira o la falsedad, a veces la mentira era la más valiente de las verdades, el preámbulo a un propósito, a un fin…a un destino el cual juega al escondite como el viento que azota las esquinas, como aquel niño travieso junto al pozo de su patio encalado de calientes costumbres, que no eróticas, sino libres y revolucionarias.
Poema tras poema se sentía como en casa, verso a verso latía su corazón buscando con ahínco más letras que enreden sus venas, para sentirse vivo…Con aquellos poemas, donde nunca quiso despertar.