Eran pocas las veces que aquella melodía de piano inundaba aquel viejo café, cual si estuviese viviendo un dejavu de la película Casablanca, aquella nostálgica pieza sonaba para recordarla a ella, sólamente que a él le faltaban muchos más años que a Humphrey Bogart, y ella era cien veces más guapa que Ingrid Bergman.
El roble se encogía cada vez que las notas escalonadas embriagaban aquella habitación, whiskys caros, cristales de bohemia, tazas de té, y el olor a lluvia en las gabardinas que iban postrándose sobre el perchero del rincón, aquel olor era el único que podía percibirse del exterior, ya que dentro parecía todo como si el reloj se hubiese detenido.
Añoraba tantas cosas que había perdido la noción del tiempo, pero no del espacio, podía recorrer con su mente cada milímetro de aquel café, cada milímetro que recorrió cada tarde buscándola entre la multitud, se había ido para siempre, dejándole los viejos fantasmas en su gabardina y un sabor a mojado en los labios, mientras un ticket detrás de la barra le recordaba cuanto debía en whisky, una deuda por las tardes de soledad, un recordatorio más de que un día estuvo allí y compartieron otros tiempos.
Otros tiempos que ya no volverán jamás, por él, por ella…por tantísimos motivos, su cuaderno de poesía se encontraba lleno de tachones, su corazón lleno de heridas, sus cuentas a cero y una pena que como una losa le ahogaba el alma, no supo que había de bonito en el amor, quizás ahora no era tiempo para recordar viejos momentos, se le hizo muy duro pasear por las calles de aquel Buenos Aires buscando su sonrisa, y pese a que encontró muchísimas, ninguna con su destello, ninguna con la magia que hizo que un día se cayeran todas las notas del piano, para dejarle sólamente una canción, la más triste, pero a la vez la más bella.
No volvió más a aquel café, como quizás ella tampoco, poco quedó de aquello, sólamente la tremenda nostalgia de recordar su sonrisa cada vez que oía aquella canción y saber que sus almas se habían apagado para siempre en aquella vida.