Quizás hoy, como ayer y otros tantos días se apagaba momentáneamente las ganas de esperarte, de si merecerá la pena, o incluso si no llegase ese instante remoto con el que dar un manotazo a la veleta de mis sueños para que el viento sople donde quiera, pero junto a tus brazos.
Sea quizás porque lo de afuera tampoco me aporte más que una dosis momentánea e insuficiente de felicidad, minutos de felicidad, horas de melancolía y otra vez a despuntar el alba con los entresijos de mi piel, rasgados de tantas batallas junto a los abismos, de pelear contra nieblas que te impiden ver el frente y de palabras que se las volvía a llevar el viento por enésima vez.
Es aquel momento en el que la curva se hace más fuerte, donde hay que apretar más fuerte los cojones y levantar la cabeza y saber estar en el momento adecuado, en el sitio idóneo y con las fuerzas suficientes para volver a abrazarse a la fé, al orgullo de luchar cada día por lo nuestro y no dejarnos batir por nada ni por nadie porque siempre tras el horizonte, tras la dura tormenta esperará un cielo azul y un regazo soleado, dos soles en forma de ojitos en los que perderte a mirar como óceanos perdidos en cualquier remota isla, sin botella, sin palmeras…pero con ilusión.