El viejo rompeolas guardaba mil y un resquicios de suspiros y sueños junto al mar, inviernos fríos de dulces vientos ásperos rasgaban sus vestiduras, las costuras de su piel…
Charcos de luz se agolpan sobre las rocas, esperando como un antiguo cercanías al viajero del lunes, él, jóven y altivo no dudaba ni un ápice de sus victorias ni de sus derrotas, un hombre fugaz, un paria de costumbres austeras y voz firme, no parpadeaba salvo rara vez, un libro sostenía sus tremendos pilares de forma de vida.
Distante y perspicaz se alzaba sobre aquel rompeolas para volver a llenarse de recuerdos cada tarde, para tener una excusa con la que poder dormir.
Sus verdades eran más fuertes que el viento que allí soplaba, algunos lo llamaban viejo lobo marino, otros el chico del rompeolas, pero nadie sabía porqué estaba allí, ni cuando llegó.
Era una tarde de verano, el sol tocaba a su fin por el horizonte del agua, pero él ya no estaba, nadie supo jamás donde fué, ni que fué de él, pero desde aquel viejo rompeolas golpeaba con más violencia que nunca la roca…furiosa, compungida.