Donde una vez hubo dulces noches

Los rayos tibios iluminaban a la caliente tierra latinoamericana desde muy temprano, Buenos Aires se había levantado de nuevo en llamas, y los golpistas habían tomado de nuevo las calles, al otro lado, desde cualquier rincón de la avenida Corrientes las barricadas se atrincheraban entre los palos y piedras, eran los obreros, el costado izquierdo de la sociedad y los que exigían libertad e igualdad de condiciones.

La sangre se había derramado por todos y cada uno de los rincones del viejo continente, y ahí estaba él, vivaz como un colibrí sorteando el humo y las balas que silbaban desde el otro lado de la calle, eran tiempos malos, tiempos de revoluciones, los años 30 en la Argentina traerían bastantes cambios, pero él solo tenía fijada su mente en ella, de piel blanca, de ojos celestes, y pelo dorado, su musa, su noche y su día.

Vió a muchísimos amigos morir, otros desgarrarse en la locura, otros morir como héroes en el fuego enemigo, y él sólamente pensando en ella, porque era toda su vida, porque aquellos ojos grises y mirada triste ya no encontraban más sentido en la vida que agarrarse a ella, su norte, su luz, su única forma de entender aquella locura.

Fueron muchos meses de intenso vacío, los muñecos y los juegos de niños habían cesado desde hace tiempo, ya ni siquiera podía sentir las manos calientes de su madre, ni aquella voz tosca de su madre, pero seguía soñando con abrazarse con aquella mujer de ojos celestes, contando hasta 10 en cualquier rincón, un absurdo escondite con fatales consecuencias, tanques rompiendo las débiles aceras, la pólvora, el sudor de las manos, el sonido de las armas, los gritos de los heridos, y la vida…débil, como un arcoiris revoloteando entre las nubes.

Coroneles y altas estrellas miraban desde sus prismáticos y sus ricos salones las consecuencias de sus decisiones, el fin justificaba los medios quizás pensarían, los hombres como daños colaterales ante las codicias del ser más avaricioso y cruel de la tierra, el ser humano.

Pasaban las 4 de la tarde, y una bala atravesó el corazón de aquel muchacho, aquel que soñaba siempre abrazar  aquella mujer rubia de ojos celestes y rubio cabello tuvo su día, por fín se encontraron, ella fué quien lo abrazó, mientras él permanecía inerte en la calle donde correteó de niño, donde murió de joven, arropada por ella, por la que tuvo su fé desmedida, arropado por ella, su bandera argentina…en un sueño infinito.

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