Cuando los senderos agrietados y secos del camino se alzan sobre mis ojos, vuelvo a sentir la libertad latiendo en el fondo del corazón, vuelvo a esbozar la sonrisa de la venganza libre y de la sangre caliente, de apretar los puños y hacer soplar las tempestades que empujen a la palabra.
Aquello que grito y alzo mientras los demás callan sus malvadas lenguas, aquel grito revolucionario que ensalta el bravío mar de las tibias aguas para fundir mi alma junto a el y junto a Cádiz, la niña bonita del poniente, la que coqueta esboza en su cielo los cometas más amarillos jamás vistos…como su radiante sol.
Un salto al vacío en el que mis enemigos querrán odiarme hasta el final de mis días y otros querrán tenerme desde el principio de mis versos, por el simple echo de enfundar la palabra y mi garganta como fusil al hombro por donde quiera que vaya, por aquellas tierras recónditas que visite en los tristes y lúgubres paisajes de nuestras mentes.
Allí donde cada corazón se abre con nuestra revolución y encharca los ojos más lindos de la tierra donde los barcos de vela suspiran por navegar en lágrimas tan cristalinas, donde nuestra palabra haga levantar a tantos revolucionarios de a pié y alzen su vista hacia los horizontes de las libertades eternas, de la lucha, por los amores que nunca pudieron conquistar, por entrar en los suspiros de aquellas niñas que endulzaron nuestra vida sólo con su presencia, en la que esta trimilenaria ciudad sabe darle esa mezcla de dulzura y encanto…
En esta ciudad donde sólo los que suspiramos por ella y nos envenenamos con cada letra de un pasodoble, cuando se nos hacen los vellos estrías y dejen entrar a lo único que quiero con estas líneas, aquello que solo el arte puede hacerte sentir…mi palabra.