Noche cerrada y mi corazón aún anda en aquella víspera de juventud. Anhelando algún trazo esquivo que no dio mi lápiz en su lienzo, tragando la estela de aquel cometa que prometimos ver juntos.
Mis manos aún recuerdan cuando hablaban más que mi boca, que los cuadernos se quedaban en blanco de números y se llenaban de letras, pero solamente de madrugada, cuando todos dormían, incluso tú.
Abrí el horizonte para asomarme a aquello que deslumbraba al resto, pero únicamente vi lo banal de lo efímero. Las balas también lo son, pero sus cicatrices duran por siempre. Quizás buscaba eso, un disparo a quemarropa entre tu carretera y la mía.
Aquel alquitrán aún está caliente para las suelas de mis zapatos. Tocará tomar el sendero de los bandoleros, aquellos que llevaban en el filo de su navaja la desesperanza de su alma.
Abrí la noche para buscarte entre estrellas fugaces, pero solo encontré una de Oriente que surcaba el cielo de las ilusiones. Dudo que sea la mía, pero dejaré la puerta entreabierta por si es aquí, que nos guarde un poco de su polvo de estrellas para el desayuno, por si decides quedarte.