En las horas grises supe valorar lo que había perdido, esa vez no fué por mi culpa pero sentía que lo que se me había ido era grande…con muchisimos defectos, pero quizás fue de lo poco que merecía la pena en los muchos corazones que habité a lo largo de mi vida…veneno.
Veneno era el que llenaba mi piel con cada gesto, con cada contoneo…no me importaba morir hay mismo, sabía que no sentiría ningún dolor, que moriría por amor, y seguro no habría muerte mas bonita. Ella era como un cometa, hacía zigzag mezclándose con el humo de los bares, con las luces de farol…y solo cuando quería se me acercaba y desprendía ese calor intenso, me derretía…me estremecía hasta lo mas profundo de mi ser, hasta el abismo más absoluto, donde no quería llorarla, solo sonreir a su sonrisa, mirarnos como siempre lo hicimos y enfundarnos en un beso que cada segundo deseaba que fuera eterno.
Hoy alzo la vista sobre la colina, y he decidido que no quiero perder ese cometa, ya está bien de sembrar ráfagas de luces por el universo…ya está bien de que se pierdan en la oscuridad…hoy me lanzaré contigo al cielo, seré otro cometa, para que con nuestro amor, tan profundo, intenso y sincero podamos iluminar un bello rostro de mujer, para que su enamorado la vea más bonita…en cualquier rincon de la tierra.
Nuestros corazones son dos cometas…
que no dejarán de intensificar su brillo
por cada mirada, por cada beso…por cada caricia.