Aquella y no otra

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La miró, y no notó en ella aquel brillo que le enamoró por entonces, sus besos apenas hacían palpitar su corazón y se arrastraba en un mundo de mentiras y malos sabores.

Ayer, volvió a verla como la chica que era muchísimo tiempo  atrás de que sus miradas se cruzasen, ni siquiera sería una piedra en el camino, lo tenía limpio…listo para pisar el acelerador a fondo.

Para huir, de los malos momentos y de los relojes sin manecilla, de cuando en cada abrazo suyo le ahogaba una profunda soledad…una profunda tristeza que le era incapaz de apretar los puños o de ensanchar sus venas, la nada sonaba de fondo en una mezcla estúpida e inerte de melancolía y romanticismo, un apocalipsis perfecto, un último vals donde danzar sólo desnudo, sin sombra…

Dejó de llover en su corazón y una y mil veces volvió a dormirse entre las flores mustias del otoño, no hubo promesas futuras, jamás esperó un último te quiero, sus rotuladores tenían la punta doblada de pintar tantísimos arcoiris que acabaron en la basura, no hubo si quiera un ‘ya te llamaré’…

Y en aquella tarde de otoño gris, caerían todas las maldiciones del mundo a todos los mortales que osaran defender en su nombre aquella leyenda, porque aquel día no fué uno más, aquel día dejó de verla para siempre…desde aquel día todos sufriríamos aquella quimera, alentados por cuatro lunáticos que nos hicieron creer, un salto de fé…

Porque aquella tarde murió el amor para no resucitar jamás.

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