Blue

Los cisnes negros ya habían dejado el lago desde hace tiempo, un crepúsculo del amor más radiante había roto todas las texturas de su corazón, y ya podía oler las azucenas de la primavera que venía pellizcándole de cerca.

Se abrazaba fuerte a su costilla mientras le susurraba una nube de besos sin descanso, en sus viejos versos era capaz de rimarle tres mil sílabas consonantes y quedarse tan pancho, en cada noche le dejaba bajo su puerta una carta repleta de finales esdrújulos, un guiño eterno al romanticismo, aquel viajero de los siglos que pagaba con el corazón de otros.

Eran uña y carne, una aférrima unión simbiótica, con las negras del suelo que les tocó de andar antes de cruzarse, con un cielo azul como sus destinos, sentían el uno y el otro como las ráfagas del viento eran más flojas que el abanico de abril en feria que la ventilaba de arte, de raza, en su infinita cúspide.

Lloraban y reían con la misma facilidad, no eran la noche y el día, ni el sol ni la luna, simplemente se conformaron con ser dos estrellas polares, con su intenso brillo, para marcarle su ejemplo, para marcarles el rumbo a los peregrinos del amor verdadero.

Deja un comentario