Nuestro comportamiento en las redes sociales se ha convertido desde hace ya bastante tiempo en algo digno de análisis, algo que perfectamente podría ir incorporado como título y tema a tratar en cualquier proyecto de fin de carrera en psicología, el ser humano evoluciona y como camaleón se adapta al entorno, con rapideza o con movimientos torpes unos y otros han ido entrado en las redes sociales aquellas que nos hacen interactuar con otras personas.
Pero no nos engañemos, las redes sociales son el fiel reflejo del pensamiento humano, de su carácter y su forma de actuar. En definitiva, somos los mismos gilipollas pero con la diferencia es que ahora lo saben tus quinientos seguidores de twitter. Damos el whatsapp a gente que nos lo pide una noche en la discoteca porque no tenemos los suficientes «valores» de decirle en la cara que no estamos interesados en recibir a la mañana siguiente una oleada de preguntas de cómo nos hemos levantado, si tenemos resaca o de cuándo nos volveremos a ver. Agregamos a gente que ignoraremos o bloquearemos al día siguiente porque no fuimos capaces de dar una razón de peso, o de hacer ver a esa persona que las cosas tienen que ir más despacio, o simplemente dejar que se lo curre un poquito más.
Somos esclavos de la «última conexión», acusamos a nuestra pareja de haberse conectado a la hora tal, pensamos que nos oculta algo y montamos un pollo porque no contestamos a tiempo sus mensajes…seguramente estará filtreando con otra pensarán mientras tú intentas continuar tu vida y interactuar con la esclavitud de un teléfono que te exige estar disponible las 24 horas del día o simplemente cuando ellos quieran. Las parejas no se rompen por el whatsapp, se rompen por la desconfianza que ya existe, la red social es una excusa, algo en lo que acoger y justificar sus celos, que no te líen ni confundan.
A buen seguro, la mujer de nuestra vida pasará frente a nuestros ojos cualquier día y nosotros tendremos la mirada baja, tuiteando cualquier gilipollez que hayamos visto en youtube, nos perdemos los olores y el calor de las ciudades porque estamos más pendientes de escribirlo que de vivirlo. Aumentamos el numero de amistades ficticias como si de una colección de Planeta Agostini se tratase, tener amigos en la red social no es como los Pokemon no tienes que hacerte con todos.
A buen seguro vivimos en una especie de universo paralelo, Facebook es un hogar para gente que protesta desde vídeos, dibujos y denuncias sociales desde sus tablets y smartphones de última generación en el salón de sus casas, seguiremos llenando el muro de perros que mueren en perreras, en comparar cuanto gana un ministro al mes y todo lo que se podía hacer con ese dinero, hijos que abandonan a sus padres en residencias, manifestaciones en Madrid o lo que ha robado el gobierno, nos mosqueamos, le damos a me gusta pero rápidamente vemos otro vídeo abajo de un gatito o un chino cantando el vaporcito y nos olvidamos de aquello. Una red social en el que si estás algo depresivo el resto se encarga de hacerte sentir como tu vida es toda una mierda, felicidad por todos lados, viajes a punta cana, coches nuevos, perritos por navidad y que bien me lo pasé aquí y que bien me lo pasé allí mientras tu sigues en el paro. Evidentemente es una falsa felicidad, sus vidas seguramente sean una auténtica mierda, pero necesitan exagerar cada segundo de sus insignificantes acontecimientos cual si una auténtica aventura se tratase. Fingimos ser felices para aparentar, para luego llorar nuestras miserias de puertas para dentro.
Hoy en día tener un perfil social es una ventana a un abanico de cotillas, criticones, mirones y gente hipócrita dispuesta a despellejar cada cosa que colguemos, es el precio que pagamos por esto. Recuerda que la vida es un eco: si no te gusta lo que estás recibiendo, fíjate en lo que estás emitiendo.