El destino nos atrapa a veces como una araña en su tela, nos mantiene en una encrucijada permanente, una lucha entre nuestra libertad, la felicidad o lo que moralmente consideramos correcto. Nos sentimos peces del pacífico en un acuario en el salón de una casa, necesitamos sacar la cabeza por la ventanilla del coche, que el viento nos golpee en la cara…divisar el camino inexplorado.
Y ahí es cuando los sentidos manan, los poros de la piel se abren ante nuevas experiencias como si fuesen una esponja dispuestos a absorber cada instante, cada segundo y cada suspiro de aquellos momentos, para tatuárnoslo en la piel, en el corazón o en el alma con el paso del tiempo…nuestra huella dactilar, nuestro uniforme.
Haz lo que tengas que hacer, pero no te quedes quieto, muévete, disfruta de los momentos reales que te aporta la vida, deja crecer tu barba, haz todo aquello que consideraste imposible o moralmente indecente, exprime al máximo tus vivencias para luego escribirlas, no hay nada más intigrante que un aventurero, en el que cada tatuaje guarda una historia, un secreto inconfesable y un amor inolvidable.
El destino nos busca atrapar y caemos en la trampa que una vida sin exhaltaciones es una buena vida, cuando realmente vivimos una vida pobre en sensaciones y rica materialmente hablando. Piensa todo aquello que soñaste algún día, un viaje por Bankog en motocicleta secundaria mientras llueve a mares, componer una canción en cualquier antro de Los Angeles, enamorarse de unos ojos azules en cualquier taberna irlandesa, tumbarse en el capó de un cadillac en la cuneta de cualquier carretera desértica para ver las estrellas…
A un aventurero nadie le esperará para la cena, quizás no cene, quizás siquiera tenga un lugar dónde hacerlo ese día, pero puede que el camino de poder luego contarlo, de poder luego plasmarlo en cualquier libro, en cualquier canción merezca más la pena que toda la incertidumbre que le contuvo antes de dar el paso definitivo.