La muerte precoz

Una muerte precoz siempre es una despedida a deshora, marcharse mientras el tocadiscos sigue sonando, el café caliente y el humo en el salón. Abrazar a la muerte temprano significa no llegar nunca a la cena, tener el teléfono comunicando y una lista de deseos banales sin cumplir.

Un reguero de sangre seca mientras que la ausencia del alma aprieta en algún rincón de la desesperanza, no volver a dormirse para tener que levantarse a la mañana siguiente entre nubes blancas que vuelan más bajo que de costumbre.

Morir antes de tiempo para dejar aquella canción o aquel verso que te dediqué a la mitad, con un libro que jamás se acabó, con mil aventuras que soñar. Es marchar sin despedirse de una vida que no se escogió vivir pero sí como hacerlo, es abrazar a alguien sin apretar tú cuerpo con el suyo mientras cierras los ojos intensamente.

Morir de una manera precoz es la despedida de los caballeros que no le gustan los protocolos, el que traga el amargo en lugar de escupirlo a la cara, el que aprieta el puño sin estamparlo sobre el frágil vidrio. Es morir, como todos, pero con una mezcla de sorpresa y melancolía, como una ráfaga de viento que levanta clandestino una falda sin permiso, cuando uno quiere.

Una despedida prematura, para no ver tus ojos de una manera distinta al pasado, una muerte lenta jamás entró en aquella lista de cosas por hacer, aquella en la que se mezclaron besos, danzas en infinitas madrugadas y mi corazón, el que tuve que escupir al suelo antes de marcharme sin decirte adiós.

Deja un comentario