La risa del alma

Entusiasmada, como cuando uno consigue atisbar el lindo paisaje tras un cambio de rasante en una monótona carretera.

Así se encontraba de nuevo. Había conseguido unir las letras de aquel crucigrama de pensamientos que taladraban su cerebro y no la dejaban dormir. Había resuelto el enigma y de una vez por todas apagó todas las bombillas que se quedaban encendidas cada madrugada en su loca azotea.

El gato maullaba, no sabía si por alegría o por la doble ración de atún que había recibido de golpe. Ese día, no necesitó que el despertador sonase, porque su ahínco ya le había dado el buenos días hace 20 minutos antes de la hora prevista.

Cometas, lluvia de estrellas, amores de verano, abrazos de reencuentros, la eterna juventud, el beso tremendo de tu madre, la sombra fresca, el oasis del desierto, el abrigo en la ventisca, el jardín repleto de flores en primavera…

Todo aquello llegó en un abrir y cerrar de ojos, de manera casi improvista, como la prisa enérgica por meter todos los alimentos en las bolsas del supermercado como quien busca batir un récord.

En aquel diminuto piso, una risa insonora volvía a retumbar las paredes. Era el alma quien sonreía. De nuevo, había vuelto la inspiración, de nuevo los folios volvían a llenarse de letras, de historias, de vida…

El sosiego del alma, la paz más tremenda y bonita.

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