Las cuerdas del trapecio me han servido siempre para bajar a las cañerías, a los suburbios de las almas que han rodeado mi persona, y allí en aquel sumidero de ratas he logrado componer miles de poesías…algunas de arcoiris, otras más cínicas que los bordillos de las calles que nos tocan de caminar.
Me he ahogado tantas madrugadas en la sangre de las envidias que ya decidí reir, de aquellos tristes que componen al amor sus cinco te quieros flacos mientras sus amores cabalgan como yeguas desbocadas a la lumbre del sol que más le caliente.
Tristes aquellos que cayeron, patéticos los que caen ahora que con sus pocas primaveras y mucho olvido por recorrer quieren desnudar sus amores necios y conquistas insinuantes, cuando en sus castillos de principe sólo habita el alambre y fatigas de odio de verse solos.
El tiempo dictará la sentencia, la más cruel y rotunda de las tempestades caerán sobre la tierra, mientras que yo bajo el techo de la cañería ya lamí mis heridas y me siento tan vivo que de nuevo por el eco de las sucias paredes volverá a resurgir la poesía de este poeta de cañerías, de este poeta de mierda de manos vacías…hasta entonces.